Publicamos este extracto de un artículo de reflexión de Pep Ruf Aixàs, coordinador de la red Nacional de Vida Independiente de DOWN ESPAÑA.
Un año más llega el verano y con él las vacaciones estivales. Todos necesitamos unas merecidas vacaciones estivales para descansar, cambiar de rutinas y disfrutar de todo aquello que nos permite desconectar o recargar las pilas.
La inclusión social implica acceder a unas condiciones de vida que proporcionan múltiples oportunidades de participación, pero a la vez supone tener que gestionar todos los requerimientos y exigencias que esta vida suponen.
Durante las vacaciones, deberían preservarse aquellos espacios y tiempo donde disfrutar de actividades motivacionales, preferentemente compartidas con otras personas.
Vacaciones es sinónimo de tiempo libre y este se define como el tiempo que dedicamos a las actividades que no se corresponden al trabajo habitual, ni otras tareas u obligaciones esenciales de la vida diaria. Por lo tanto, nos referimos al disfrute de aquellas actividades que tienen una función recreativa y placentera, incluido el no hacer nada. Detengámonos un momento en esto último; resulta habitual que algunas personas con discapacidad tengan agendas repletas de actividades sugeridas o impuestas por terceros. Es lógico querer prevenir la inactividad o fomentar el desarrollo personal, pero debemos respetar los tiempos personales y las motivaciones de cada uno. No hacerlo implica un tipo de sobreprotección que impide aprender a autorregularse.
Las vacaciones, a diferencia de los días festivos o fines de semana, aumentan las posibilidades de conocer lugares, disfrutar de nuestras relaciones personales (familia, amigos, pareja, etc), cultivar nuevas relaciones, experimentar otros contextos de participación social, etc.
Todas estas oportunidades favorecen el desarrollo de habilidades adaptativas para organizarse uno mismo, decidiendo qué hacer, cuándo, cómo, con quién … es decir, la autodeterminación.
Si las vacaciones implican romper con la rutina de la vida diaria, asegurémonos de que estas personas tienen la ocasión de variar también sus hábitos y entornos habituales. Empezando por alternar sus unidades de convivencia. Por ejemplo, para las personas que conviven con sus familias de orígen, tener la ocasión de hacer planes vacacionales con otras personas (amigos, pareja, vecinos, compañeros de trabajo, etc) es sinónimo de nuevas experiencias, estilos de relación o entornos en los que aprender a manejarse. Para las personas que ya se emanciparon de sus familias la experiencia puede ser inversa, recuperar unos días de convivencia familiar en un viaje o una segunda residencia permite comprobar cómo hemos cambiado y aprender a relacionarnos de otra manera.
El cambio de aires en las vacaciones es también una excelente oportunidad para poner en práctica la generalización de muchas habilidades de autonomía personal en nuevos contextos: orientarse en un pueblo, una ciudad o un país nuevos, conocer un mercado distinto donde hacer la compra, aprender desplazamientos que no son los habituales, gestionar la vida doméstica en un apartamento o una casa distinta a la propia, adaptar horarios de comidas, sueño u otros hábitos, gestionar un presupuesto y gastos distintos a los habituales (las vacaciones cuestan dinero y conllevan tentaciones), aprender a relacionarse con desconocidos, practicar un idioma, explorar y descubrir alicientes de donde estamos, etc.
Es obvio, el sin fin de oportunidades de aprendizaje que proporcionan todas estas situaciones, pero no olvidemos que el propósito de las vacaciones es el disfrute personal. Este disfrute tiene un requisito primordial: el ejercicio de la autonomía personal que conlleva planificar y administrar el propio tiempo libre. Las mejores vacaciones son las que me proporcionan experiencias placenteras que he pensado, deseado, planificado y decido. Con las personas con las que me apetece pasar mi tiempo libre, en las cosas que quiera hacer, como y donde yo decida, llegando a acuerdos con mis acompañantes y atendiendo a condicionantes ajenos inevitables, pero sin imposiciones. Las mejores vacaciones son unas vacaciones propias y todos tenemos unas en la cabeza.
Pep Ruf Aixàs, coordinador de la red Nacional de Vida Independiente