General25 Abr 20255 minutos de lectura

¿Existe hoy en día una posibilidad real de “curar” el síndrome de Down?

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En las últimas semanas, la comunidad Down (el conjunto de familias y organizaciones que trabajamos por el síndrome de Down) hemos vivido un pequeño revuelo por la noticia de que investigadores japoneses de la Universidad de Kobe habían conseguido silenciar en laboratorio (células in vitro) el cromosoma triplicado del par 21.

En concreto, la investigación partió de células de la piel de una persona con trisomía 21. Se eligió uno de los cromosomas como portador para su eliminación con tecnología CRISPR-Cas9 (una herramienta molecular capaz de editar y cortar las moléculas de ADN en lugares específicos). Los resultados obtenidos fueron prometedores, tanto en lo que respecta a la eliminación del cromosoma 21 elegido, como por no observarse errores cromosómicos notables. Aun así, el equipo de investigadores subrayó que este enfoque todavía está lejos de ser viable para su uso en seres humanos y que el rendimiento de esta tecnología es bajo respecto a lo deseado para una herramienta que persigue fines de aplicación clínica.

Con bastante ligereza, diferentes medios de comunicación titularon la investigación y el avance científico como una cura del síndrome de Down, lo cual explica el revuelo provocado.

La trisomía 21, o síndrome de Down, es una condición genética caracterizada por la presencia de un cromosoma 21 adicional. Este cromosoma extra afecta al desarrollo físico y cognitivo, provoca una discapacidad intelectual asociada, causa retrasos en el aprendizaje, problemas de salud y otras complicaciones. Conviene tener presente que la causa o causas últimas todavía no son conocidas, es decir, seguimos sin conocer la causa que origina el síndrome de Down.

En los últimos años diferentes investigaciones han obtenido avances cara al posible silenciamiento de los principales genes implicados en el deterioro cognitivo o en la eliminación (en células in vitro) de uno de los tres cromosomas triplicados, y han abierto la puerta a que futuros progresos puedan llegar a aplicarse in vivo, tanto en terapia celular a células del embrión humano como a personas nacidas en pleno desarrollo.

Hay que recordar que el síndrome de Down no afecta en origen a un gen o unos pocos genes implicados (como sucede en la mayor parte de las enfermedades raras). Se da una triplicación en los 300 a 400 genes del cromosoma 21 (de los cerca de 21.000 genes que contiene el genoma humano completo) que es el de menor contenido genético del genoma. Además, varias investigaciones han confirmado que el impacto de la triplicación provoca perturbaciones que afectan apreciablemente al resto del genoma, no sólo a los genes del cromosoma 21.

Pero ante todo… ¿qué significa “curar” el síndrome de Down?

Reducir o eliminar todas las manifestaciones que acompañan la trisomía 21 y corregir las disfunciones que genera esta anomalía genética, es un deseo loable, compartido por investigadores, familias y (seguramente) por las propias personas con síndrome de Down. Conseguir anular unos cuantos genes o una multitud de ellos en experimentos de laboratorio abre perspectivas para intervenciones futuras que pudieran reducir o incluso eliminar las manifestaciones (clínicas, médicas o físicas) asociadas a la trisomía 21. Este horizonte (lejano y a lo mejor incluso imposible) es, sin embargo, una esperanza ilusionante para todas aquellas personas que son plenamente conscientes de los hándicaps que van asociados a la condición humana del síndrome de Down, tan marcada por su biología y naturaleza genética.

No obstante, a día de hoy desconocemos el alcance práctico que podrían tener estas tecnologías en un ser humano desarrollado por completo: ¿esta terapia génica eliminaría su discapacidad intelectual asociada?, ¿mejoraría su memoria?, ¿eliminaría sus rasgos físicos tan característicos?, ¿les haría crecer en altura y disminuir en obesidad?, ¿transformaría su cerebro, su forma de interpretar el mundo?, ¿mejoraría su lenguaje, su autocontrol emocional, sus habilidades de planificación ejecutiva?, ¿reduciría su empatía, sus habilidades emocionales?, ¿reduciría su prevalencia al Alzheimer?, ¿cambiaría su actual protección frente al cáncer, los ictus o los ataques al corazón?… Tampoco sabemos bien el alcance de mejora sobre las personas con síndrome de Down ya biológicamente constituidas: ¿cómo afectaría?, ¿hasta qué punto revertiría su fisiología, su comportamiento, su psicología…? Demasiadas preguntas, dudas e inconcreciones todavía.

Es poco razonable esperar que una transformación genética conlleve un cambio absoluto. E indudablemente es ingenuo pensar de forma simple en quitar el síndrome de Down. Parece más lógico pensar que estas vías de investigación y avance genético podrían llegar a proporcionar, a su tiempo y una vez se confirme su viabilidad, mejoras en grupos de células especializadas precisas para aplicaciones concretas. Y mucho más, siendo conscientes del enorme coste y complejidad que tienen y tendrán durante mucho tiempo las actuales técnicas de edición génica; factor con el que hay que contar.

Así que, bienvenida sea esta investigación. Ojalá que futuros avances nos abran más posibilidades, pero, como siempre en relación al síndrome de Down: sensatez, cautela y mirada larga. Centrémonos en pensar cómo avanzar y mejorar hoy la vida real de las personas con síndrome de Down y dejemos que las utopías por venir sobre la cura génica del síndrome de Down vayan convirtiéndose progresivamente en hechos. El viejo saber popular de “más vale pájaro en mano que ciento volando” aquí nos aportará tranquilidad y perspectiva.

Agustín Matía. Director gerente de DOWN ESPAÑA

José Mª Borrel. Asesor médico de DOWN ESPAÑA

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