Testimonio27 Feb 20244 minutos de lectura

“Se me cayeron los palos del sombrajo”

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Compartimos esta experiencia de la orientadora María Ángeles Sánchez para el blog Pedagogía Inclusiva sobre su proceso de adaptación a un equipo de orientación educativa.

“Se me cayeron los palos del sombrajo”

Eso fue lo que pensé cuando, tras  la euforia inicial porque por fin iba a ver cumplido mi objetivo de ser orientadora, me di cuenta de lo que era trabajar en un EOE (Equipo de Orientación Educativa).

Aquello no tenía nada que ver lo estudiado hacía varios años atrás en la Universidad. Mi primera reacción fue de… “Bueno, esto es lo que hay… ya me acostumbraré…”.

Sin embargo y, afortunadamente, pronto me di cuenta de que no tenía que acostumbrarme, que aquello lo podía cambiar.

Es verdad, cuando comencé, en la mayoría de los EOEs se trabajaba bajo un modelo clínico, diagnóstico. Pero también tuve la suerte de dar con compañeros y compañeras que comenzaban a trabajar desde otra perspectiva… Así que pensé…

“Mariales, tienes dos opciones, subirte al tren o construir otro”. Y eso fue lo que hice.

Inevitablemente, formando parte de este sistema, a veces, tienes que “pasar por el aro”, hacer cosas que no te gustan, que no compartes… pero, realmente, pronto me di cuenta que ni todo era blanco, ni todo negro y, aunque radical en mis posturas, creo que en esto de la Inclusión, en la flexibilidad está clave. 

Así que, sí. Desde que comencé, me veo obligada a firmar dictámenes, poner y quitar medidas, buscar etiquetas y cajones

Y lo que peor llevo, lo que de verdad me ha quitado el sueño y hasta arrancado lágrimas de rabia, es firmar como coordinadora del EOEdictámenes que, aunque conforme a norma, podrían tener otro contenido mucho más inclusivo. 

Sin embargo, esta mañana primaveral de mayo, no me quiero quedar con esas lágrimas de rabia, sino con la sonrisa de satisfacción de que también se pueden hacer de las cosas de otra manera.

Como apuntaba antes, la clave para mí, está en la flexibilización y, afortunadamente, la autonomía pedagógica, la confianza que mis centros depositan en mí, el entusiasmo de los equipos directivos con los que trabajo, las ganas con las que muchos de mis maestros y maestras trabajan y la colaboración de nuestras familias, incluso la propia normativa (siempre las cosas dentro la ley, por supuesto), permiten que podamos jugar con medidas, recursos y etiquetas. “Sí jugar”. 

A veces al “Pilla, pilla” otras al “Escondite”. En ocasiones, resultan un juguete de ésos que usas una vez y lo guardas… y te olvidas de que está ahí. Otras, el juguete, aparentemente insignificante, le damos una vida distinta, lo modificamos y nos resulta de los más divertido. A buen entendedor…

Sí, tengo que firmar Dictámenes. Práctica decimonónica y, desde mi humilde, y quizá ignorante punto de vista, innecesaria (Un informe de evaluación psicopedagógica ya incluye todas las medidas y recursos necesarios para atender las necesidades de un niño o una niña y la garantía de esos recursos podría realizarse a través de trámites meramente administrativos). Pero en, ya cada vez más, ocasiones somos capaces de darle un giro y, en su aplicación, dar respuestas inclusivas. 

Sí, tengo que firmar Dictámenes. Pero también puedo meterme en las clases. Y puedo hacer apoyos. Y docencia compartida. Y trabajar la cohesión grupal y la creación de entornos seguros. Y promover los Programas de Prevención. Y trabajar desde el asesoramiento, codo con codo con tutores y tutoras. 

Sí, tengo que firmar dictámenes. Pero con mi trabajo diario, procuro no tener que llegar a ellos».

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